La pandemia no es la causa de que las mujeres con discapacidad se manifiesten de manera virtual, sino la falta de accesibilidad física que ha existido desde antes. Pero, durante la contingencia sanitaria, las protestas de diversas colectivas por el respeto a los derechos humanos y una mirada interseccional han sido más visibles mediante diferentes acciones en internet y hashtags.
Por Luz Rangel y Uriel Blanco
Este trabajo periodístico es el resultado final de la propuesta ganadora en el Segundo Concurso de Periodismo y Discapacidad, auspiciado por AT&T México, Yo También y La Silla Rota. Se publica simultáneamente en estos dos últimos portales, en Reporte Índigo, CNN En Español y en el micrositio mujeresdisca.com.
Desde su propia voz, integrantes de diversas colectivas cuentan por qué en redes sociodigitales los movimientos feministas deberían ser más incluyentes, sobre todo en un contexto en el que la pandemia de COVID-19 ha incrementado las interacciones en el ciberespacio y potenciado los mensajes en la web.
“¡Voltéame a ver, voltéame a ver, que yo también soy mujer!” fue la consigna que gritaban las mujeres con discapacidad que marcharon en México el 8 de marzo de 2022. Avanzaron juntas para que ninguna se quede atrás.
En diferentes entidades del país, la contigenta se distinguió por usar prendas amarillo fosforescente, el color que el ojo humano detecta más fácilmente y quienes tienen visión baja sí pueden identificar. La inclusión también se hizo presente en las pancartas: en Ciudad de México, una cartulina decía en Lengua de Señas Mexicana (LSM) “Somos la voz de las que ya no están”; en Veracruz, un cartel indicaba en Braille “Por las que no vieron al agresor”.
México firmó y ratificó en 2007 la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, que entró en vigor en 2008, de manera que esta población tiene un reconocimiento internacional. En un comunicado, las mujeres de este movimiento pidieron respetar dicho documento. Otra demanda fue dirigida a los feminismos: “No seremos más las hermanas olvidadas”, mencionaba una manta en la marcha de la capital mexicana para exigir una mirada interseccional, es decir una perspectiva integral, pues hay diversas características que multiplican las desventajas y discriminaciones, tales como ser mujer y tener discapacidad.
Muchas de ellas no pueden salir a tomar las calles porque por su condición de vida están obligadas al confinamiento o internadas en instituciones como hospitales. Desde hace varios años, han pedido a otras colectivas seguridad para tomar las calles, lo que implicaría no estar al final de la marcha ni resguardadas en una camioneta alejadas de la manifestación.
En 2020, antes de la pandemia de COVID-19, un grupo de mujeres con discapacidad decidió marchar en la Ciudad de México. En la protesta ellas escucharon comentarios como “Ahí va la silla de ruedas, denle chance” y consideraron que en lugar de ser visibilizadas eran reducidas a sus aparatos auxiliares.
Otra muestra de la falta de inclusión es que “el feministómetro” mide qué tan feministas son quienes no marchan, quienes no “acuerpan”, a pesar de que para las mujeres con discapacidad el primer territorio de lucha es su propia corporalidad. En este sentido, uno de sus reclamos es qué cuerpos se excluyen cuando se llama a la acción.
Lo que no se nombra no existe y para las mujeres con discapacidad hay que nombrar las violencias capacitistas y señalar que las calles no son la única manera de hacer activismo. Desde hace décadas, esta población se ha manifestado en las redes sociodigitales.